Salimos de Barcelona
por la mañana del día 19 de marzo, con destino al pequeño y
hermoso pueblo de PEÑÍSCOLA, un pueblecito típico
mediterráneo, con las casitas blancas y una atmósfera
simpática y acogedora pero que en la parte más alta
de la ciudad está el castillo del Papa Luna.
El “Papa Luna”, Benedicto XIII de Aviñón, una de las figuras hispánicas más universalmente conocida y a la vez controvertida, se trasladó en 1411 a Peñíscola convirtiendo su castillo en palacio y biblioteca pontificia. De los muros y dependencias de esta fortaleza irradian ideas, sentimientos y prejuicios sobre un hombre íntegro, honrado y virtuoso que tuvo la osadía de perseverar en su convencimiento de verdadero Papa de la Iglesia Católica en una época marcada por guerras, ambiciones, codicias y corrupciones que afectaron incluso a las altas dignidades de la Iglesia, cuyo poder espiritual tuvo que claudicar ante el poder político y civil.
Después de pasear por todas las pequeñas calles y conocer toda la magia del pueblo, seguimos en autobús hasta el objetivo principal, la ciudad de las fallas que arden por la noche, Valencia.
Empezamos a conocer
Valencia, por uno de los sitios más importantes de la ciudad, el complejo de la
Ciudad de las Artes y Ciencias del arquitecto valenciano Santiago Calatrava.
Caminamos de calle en
calle, en busca de la mejor Falla. Encontramos Fallas pequeñas y
grandes, simples y complejas, de todos los temas posibles. El origen de la fiesta
de las Fallas se remonta a la antigua tradición de
los carpinteros de la ciudad, que en vísperas de la fiesta de su patrón San
José, quemaban frente a sus talleres, en las calles y plazas públicas,
los trastos viejos e inservibles junto con los artilugios de madera que
empleaban para elevar los candiles que les iluminaban mientras trabajaban en
los meses de invierno. Por ese motivo el día de
la cremà (momento en el que arden los monumentos falleros) siempre coincide con el
día 19, Festividad de San José.
En el siglo XVIII, las Fallas se reducían a piras de materiales combustibles que recibían el nombre de Fallas y quemaban al anochecer de la víspera de San José.
Estas Fallas fueron evolucionando y cargándose de sentido crítico e irónico, mostrándose sobre todo en los monumentos falleros, escenas que reproducían hechos sociales censurables y crítica social siempre con sentido del humor.
Durante todo el día, nos fuimos caminando, comiendo, bebiendo, charlando y descubriendo Valencia, pero al llegar la noche, la atmósfera de la ciudad fue cambiando y de pronto, cuando no había más sol, empezó el momento más esperado por todos: LA CREMÀ DE LAS FALLAS. Ese es el momento en que les prenden fuego, y todas la Fallas arden hasta desaparecer de nuestra vista, dejando espacio para el evento del próximo año.
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